24 oct 2014

Ámbar

Ámbar observaba desde el umbral de la puerta, el corredor sucio y destartalado de la ¨fábrica¨, al final del pasillo la cabeza de Emily¨ se movía furiosa y angustiosamente sobre la entrepierna de algún parroquiano. Sólo verla le sacaba una sonrisa, Emily era del equipo ORAL, mujeres – en su mayoría-  con el cuerpo tan desgastado y seco por la heroína que sus bocas eran lo único que funcionaba para el oficio. En la fábrica , la droga y el sexo llenaban cada esquina. Ámbar se sentía distante aún, de todo este medio, llegó aquí porque era lo más fácil para poder pagar los estudios, artes liberales- menuda ironía, un piso decente y que le quede un extra para banalidades.  Ámbar mantenía la mirada en Emily, cuando el parroquiano acabó, en su mano aparecieron tres sobres pequeños de plástico que había sacado del bolsillo interior del saco. Los arrojó sobre el piso y vio como la mujer se apoderaba de ellos. Había una expresión extrañamente erótica en su rostro.
Emily se voltio hacia ella y se situó entre ella y la puerta. Con el rostro, con la voz, con su emaciado cuerpo abogaba por su causa.
-        Ámbar- murmuró-, ¿no podrías?.. Por favor..
-        Joder!- dijo ella, con voz ligeramente sarcástica
-        Sabes perfectamente que prefiero que me inyecten a hacerlo yo misma, Ámbar.
-        Pero estaba justo de salida.. mira  no sé..
Ámbar no terminó la frase, sus ojos siguieron el paso ligero que daba Emily hacia la habitación. Siguió mirándola pensativamente, mientras esta vertía la heroína sobre una cuchara y proseguía agregar agua del lavabo.  Pasó cuidadosamente la cuchara sobre la llama del encendedor hasta que la droga y el agua se mezclaron. A pesar de su angustiante necesidad, hacía todo esto con el pulso de un cirujano, con movimientos rápidos y firmes. Ámbar quedaba hipnotizada con el procedimiento.
La mujer se acercó a la cama , se recostó y apoyó la cabeza sobre la almohada .
-        ¿Cómo te gusta la droga, no?
Los enormes ojos de ella abiertos de par en par contestaron mientras miraban con deseo sus brazos. Ámbar se sentó junto a ella y apretó el brazo hasta que resaltara la vena. Empujó el émbolo un par de centímetros y luego lo jaló. La solución lechosa que contenía la jeringa se tiñó de rosa cuando entró en ella.  Había dado con la vena en el primer intento
El pulgar se movió, introduciendo heroína en la sangre de la mujer.
El rostro y cuerpo de Emily se metamorfosearon,  su cuerpo se arqueaba en la cama y pareciera que fuera a despegarse la piel de ella, era un extraño baile. Con mucho esfuerzo articuló un Gracias.. Ámbar sonrió ligeramente y salió de la habitación.
Ámbar flotaba entre la fábrica casi angelicalmente, el vestido blanco que usaba esa noche, flotaba entre prostitutas y traficantes. Hoy no atendería ningún cliente, tendría una cita con el Polizonte, dueño de la fábrica. Sólo las mejores –muchachas, trabajaban directamente con él. Y Ámbar, nunca tuvo que caer en el trabajo de recorrer las calles. Por su juventud y buen cuerpo, siempre fue de las chicas a  pedido, del sector A, producto exclusivo para empresarios y niños bien. El Polizonte no tenía rostro para Ámbar, se le era extraño encontrar afecto, pero con el tiempo, llegó a desarrollar una conducta muy paternal con ella a su manera, el polizonte cuidaba mucho a Ámbar, a fin de cuentas fue ella la que llegó a él en primera instancia. Desde su primer encuentro en un bar hasta el primer polvo , siempre Ámbar fue consciente de quién era él. Y él solo se enloquecía de amor por esa bella muchacha estudiante que venía a parar a sus garras. Se sentía muy paternal con la niña con deseos de periodista.

 El polizonte me pedía permiso para hacer cada cosa, como besarme profundamente, por ejemplo. Su boca era fresca, vibrante y su cuerpo olía como huelen los hombres en el centro del pecho, ácido y fuerte. Después de mi impulsiva inicial –que entre tragos y otros elementos me motivaban- me porté como un trapo.  Entregué mi cuerpo a la chorreadez del momento, él iba amasando con autoridad mi cuerpo, mientras yo permanecía lejana, astral, llevando cuenta de las caricias que me hacia con la barba a medio crecer o con el dorso de las manos.. Después, el polizonte se desvistió también y se ofreció, velludo y maduro, pero yo preferí fingir pudor, rechacé los juegos y me acosté de espaldas con los muslos apretados. Ronroneé. El los separó de Golpe, con una fuerza fingida, haló y dio la estocada.
Supongo que le era indiferente que no fuera virgen. No hizo preguntas, no hizo ruido, sólo cerró los ojos y empecé a ver como se alejaba, como alzaba sus brazos en vuelo y tocaba ligeramente el techo. Podría haber perdido la cabeza en ese instante , el alzaba su vuelo hacia otra dimensión y otro tiempo mientras yo me llenaba   de preguntas. Si alguna vez por agitación, entornaba los párpados y los abría yo lograba ver pasar por sus pupilas imágenes fugaces donde otra corcoveaba y recibía las abundante semillas,, Así por unos minutos eternos más. Después el polizonte se volvió como la sal , se le desprendían los labios, le temblaron las piernas y el vigor ceso con un suspiro profundo. Me sentía tibia y de buen humor. (es catártica la sensación post-sexo) sin rastros de deseo, pero húmeda y contagiada de sensualidad.  Me dio dos golpecitos en la mejilla y se extravió distante, algo triste.
-Te falta costumbre- comentó mientras se vestía- Ya tendrás tiempo de aprender a disfrutarlo.
-Lo disfruté, pero estaba memorizándolo mientras transcurría.
El polizonte me miró desconcertado, como si fuera la primera vez que estuviera viendo a la mujer que .accedió meter a la fábrica.
-Siempre llevas la cuentas de todo.. pequeña?
-SIEMPRE
-Prométeme que no escribirás NUNCA nada sobre mí.  Ni sobre la fábrica.


Pagando por tu amor

Existe más de una manera de hacer el amor. No hablo de poses o de técnicas kamasutricas, hablo de cuando la veo a los ojos, cuando aprecio su manera de hacer cada cosa y puedo sentir que la toco en lo más profundo, sin estar necesariamente exprimiendo su sexo.
Sudando, trato de escribir con su cabello y tatuar en su espalda mi marca. Resbalamos, caemos. Bajamos y subimos en una extraña danza ancestral. Su boca me toca, y parece que con ella le diera forma a mis contornos, a mi hombría. Las sombrías ojeras que son muestras del constante trasnochar al que sometemos nuestros cuerpos hambrientos el uno de otro. Pequeña, dulcinea. Fluimos al mismo ritmo, y recobro la cordura, si, la cordura que perdí cuando jugábamos a mirarnos fijamente. Soy consciente de que me miente. No soy el único que goza de su juventud, un cliente más, pero estoy dispuesto a pagar el precio cada noche si es necesario, para tenerla cerca, para que no me olvide. Terca, terquísima mujer que me vuelve loco, mejor dicho, que me vuelve cuerdo o un cerdo libidinoso. Muerdo su oreja, la nalgueo fuertemente y ella chilla agradecida.


5 oct 2014

11 de Noviembre

11 de noviembre.  Larry camina calle abajo, anteponiendo un pie a otro avanza veloz. Se dirige a la plaza donde se encontrara con un viejo amigo para hablar sobre unos negocios que podrían beneficiarles enormemente. Hace frio, por eso lleva puestos unos guantes de cuero. El cuero tiene una textura increíble, son sus favoritos, se los obsequio su madre hace un par de primaveras. Es invierno, esta ciudad gris se caracteriza por su largo invierno sin temporada de lluvias. Larry, además de los guantes lleva puesta una camisa blanca y un chaleco negro; debajo de un saco gris que va bien con el  color de su piel. Le aprietan sus bien lustrados zapatos, obsequiados por su madre también. Un sombrero como de los años 60 y una bufanda completan su atuendo. Todo perfecto, totalmente coordinado en sus movimientos. Mira su reloj para confirmar que va 20 minutos adelantado a la hora acordada, dobla la esquina y ya puede ver la plaza unas cuadras más adelante. El detesta esperar, se le podría considerar un ferviente opositor de la impuntualidad pero, muy a su pesar, no puede evitar anticiparse a las personas. Siempre llega antes de lo acordado para tener tiempo de verificar que todo esté en óptimas condiciones. Cinco cuadras le hacen falta para llegar a su destino, sentarse en una banca a esperar y contemplar a las parejas que lujuriosas se besan en la plaza, exponiendo y jactándose de su amor frente a todos los presentes. Larry porta un maletín en la mano derecha, este baila al compás marcado por los pasos firmes de su dueño. Dueño que evita las miradas de las personas como si fueran miradas de censura, de desconfianza y desnudes. Larry enciende un cigarro, oh el cigarrillo, se ha vuelto su mayor sostén ante la inseguridad que lo abruma. Le da una fuerte calada mientras observa el Pontiac GTO que reposa doscientos metros adelante, en la angosta calle que recorre. Larry piensa que debería acomodarse el cabello a pesar de que lo tiene perfectamente arreglado, al igual que su camisa perfectamente planchada y sus zapatos relucientes. Se detiene. Otra vez esa sensación. Abre su maletín para sacar una pequeña botella de ron. Bebe de la petaca sin que nadie lo vea, luego la cierra y la mete dentro del maletín negro. Exhala fuertemente el alcohol mientras cierra los ojos. Más calmado, sigue con su andar. Se encuentra ahora mucho más cerca del auto del 67 que ha venido observando desde que dobló en la esquina y encendió el último cigarrillo que fumaria.  Larry imagina lo que sucedería si al arrojar la colilla hacia el costoso carro, este hiciera explosión y causase un gran revuelo en esta pequeña calle donde todos andan despreocupados del resto, expectantes de su propio porvenir. Con una sonrisa casi burlona dibujada en el rostro, arroja la colilla todavía ardiente en dirección al Pontiac GTO del año 67.
El no tuvo tiempo siquiera de pensar, fue como un destello, un resplandor que raudo dejó paso a un ensordecedor estruendo, como si del cielo cayese la furia de Zeus.  Efectivamente, y tal cual como sucedió en la perversa imaginación de Larry, el carro hizo explosión. Jamás entenderé como fue que sucedió ni porque esto ocurrió. La única diferencia de esta escena con la anticipada premonición que tuvo, es que él no logró ponerse en esa situación. Silencio sepulcral.  Solo se puede oír la voz de Larry, sus alaridos perturban a las parejas de la plaza, tiene un círculo de personas alrededor y suelta inentendibles lamentos. Estaba casi al lado del coche cuanto este estalló. Tendido en la gris acera, de la grisácea y enfermiza ciudad. Una plomiza atmósfera rodea la lamentable situación. Larry clama ser llevado a su hogar, pide compasión y reza por piedad.
- ¡Quiero ir casa! Quiero ir a casa, quiero ir a casa, por favor… ayúdenme…
Todos lo observan, rodeándolo, atosigando sus esperanzas. Gesticulador, Larry no puede moverse ya. Siente demasiado dolor cuando las quemaduras de su rostro entran en contacto con sus lágrimas. Transcurridos unos minutos de la desgracia, algunas personas pierden el interés y se marchan, otros bolsiquean su traje para llevarse cualquier cosa de valor. Un sujeto de porte ario, vestido con un short amarillo, unas converse rojas y una casaca verde oscuro desprende el reloj de su muñeca. Otro se abalanza contra el maletín y emprende carrera seguido por un tipo que tras perseguirlo casi hasta la esquina, arremete brutalmente contra él, tumbándolo para luego molerlo a golpes y llevarse el maletín. Después de unos minutos no hay nadie alrededor de Larry, el cual continua esparcido por los suelos, el cual continua gritando (aunque ya sin voz alguna) que quiere ir a casa, que quiere abrazar a su madre.

1 oct 2014

Doggy Style

Hace un par de semanas empecé con un proceso de ‘asexualamiento’. No es porque yo lo haya decidido así, solo desperté un día y perdí gran parte del interés en el sexo, como actividad recreativa, y no entiendo a qué se debe.
Pensé primero, porque lamentablemente hay más de una opción, en mi constante y desastroso remedo de amante. Soy un pésimo compañero sexual por varios motivos que van desde el odio que siento por la falta de medias hasta mi apatía por la variación de posiciones. Creo que siempre fue así, desde la primera vez en la que no me pude quitar las zapatillas y lo hice precozmente con un pitillo a la rodilla, hasta la última vez que fue con la musa de este escrito. Cuando pienso en lo rico que es el sexo (porque rico me parece siempre el mejor adjetivo para sexo) me aborda instantáneamente la idea de desgaste físico para complacer a otro y se me olvida. No exagero, soy lo que puede ser denominado como un mero cumplidor de los retos sexuales que se presentan por azares de la vida. Esto quiere decir que solo cumplo porque, fisiológicamente hablando, puedo hacerlo, y no uso más energía de la necesaria y no pongo de mi parte buscando la satisfacción de ambas partes; y que las propuestas coitales aparecen y no las busco, como se está acostumbrado en la sociedad, porque no sé hacerlo y cuando lo intento, en un arranque de hombría latina, me veo ridículo.
No tardé mucho en darme cuenta que esto no era un factor de mi asexualamiento, ya que toda mi vida sexual se ha basado en ser un mal amante y esto no impidió que, en su respectiva época, sea un cacherito limeño más.

Luego, y siendo este el último punto que desarrollaré por un poco de amor propio, pensé en mi incierta orientación sexual. Esta orientación empezó a hacerse imprecisa debido a una serie de eventos sucedidos en el pasar de mi pubertad y adolescencia que prefiero no evocar o por lo menos no ahora debido a un capricho de escritor amodorrado. Solo diré que estos primeros afloramientos de una posible desviación generaron en mí una cierta duda: ¿seré capaz de continuar complaciendo señoritas? La idea de no tener la suficiente testosterona para dejarlas jadeando generó en mi vida sexual una sensación de dejadez. Pensar en llegar a ser un amante negligente reforzó la idea de lanzarme a los fornidos brazos de la abstinencia.
Esta fue una conclusión a la cual llegué con el transcurso del tiempo y la cual se desmoronó en el preciso momento en el que me di cuenta de que siempre he sido medio maricón y que esto no impidió que más de una señorita haya optado por mis sábanas a las de otro.

Al no encontrar el causante de esta terrible sensación de inapetencia sexual, decidí entregarme a placeres más gloriosos e igual de mundanos que este como comer, dormir, cagar, leer, fumar. Mi vida continuó de esta libertina manera durante unas semanas más.
El hecho de no tener interés en follar no me agobiaba ni mucho menos. Quitarme este peso de encima me sosegaba, me llenaba de calma. Un perpetuo estado de tranquilidad se apoderó de mi vida, cosa que no me incomodó en lo más mínimo, y de mi forma de ver el mundo. Me volví una mejor versión de mí y esto le gustaba a toda persona importante en mi vida: a mí.
Todo marchaba bien con el estilo de vida que empezaba tan alegremente a adoptar, hasta que un día, sin previo aviso, ocurrió el motivo de este escrito.

Empezaba a elevar mi mente, conectarme con mi subconsciente, abstraerme y al entrar en el mundo de los recuerdos, la imaginación y ese tipo de cosas que te dan las drogas, cuando una imagen que no esperaba apareció. Eclipsó mi mente un recuerdo acalorado que hizo crecer velozmente el bulto que dormía en mi entrepierna. Rauda, la arrechura se apoderó de mí y me volvió un salvaje. Irreconocible, me quedé pensando embrutecido en la pornográfica imagen que tomó dictatorialmente mis pensamientos.

Seré sincero: como todo hombre a veces pienso con la pinga (bien dura) y esta vez lo estoy haciendo. Me quedo helado, completamente frío, no me muevo y casi ni respiro porque en lo único que pienso es en ese par de nalgas de oro.
Quiero recordarla. Quiero recordar su rostro, su voz, su mirar, pero no, no puedo. Solo recuerdo su hermoso cabello dorado, rizado y resistente a los tirones apasionados, su cuello frágil pero suculento, su espalda delgada y curva como hecha con un cincel y sus nalgas, ese par de nalgas que les juro nacieron, junto a sus endemoniadas piernas, para recibir muslazo tras muslazo.
No me mal entiendan, no soy machista, ni adicto al sexo, ni me falta sexo. Solo que en este momento, en este preciso momento, solo quiero tener a esa mujer frente a mí... o estar detrás de ella para ser honestos.
No recuerdo como esa imagen se apoderó de mi mente. Ahora solo recuerdo que estaba fumándome un cigarrillo en el balcón cuando de pronto ¡BOOM! Nalgas.
Tranquilos, no quiero que se escandalicen por lo que leen, no soy un hincha acérrimo de la sodomía. Solo soy un amante del bien ingeniado “Doggy Style”. Posición a la cual muchos nos hemos entregado tantas veces con vehemencia.
Sé que hice mal, sé que no debí chorrearme, no debí cancelarle, no debí dejar de hablarle; pero lo hice y ahora (y creo que solo por este efímero momento de arrechura) me arrepiento y me golpeo el pecho. Soy humano señores, erré como han errado millones y ahora busco redención. ¿No merezco ese par de nalgas? ¿Me las negarán como le negaron agua a Jesús cuando cargaba la cruz? ¿Cómo esperan que crea en un ser supremo si es que se puede cometer tal injusticia? ¿Permitirá el destino que un buen hombre se quede una vez más sin algo necesario para continuar con su existir? Desde la punta de mi duro miembro, espero que no lo permita así.