23 abr 2015

Trapecistas



La salamandra y yo intercambiamos miradas antes de hacer peligrosas piruetas en el aire. Sus ojos oscuros y temblorosos me deben indicar el momento exacto en el que vamos hacer el salto. Es un movimiento complicado que exige el total esfuerzo de mi cuerpo, porque no es solo cuestión de elevarse, también es sincronía.
. Una y otra vez saltamos como si fuéramos trapecistas sobre el fuego , intentando despegarnos de las llamas que lamen nuestros vientres. Mientras lo hacemos, yo admiro de reojo el brillo de sus escamas , como con la luz que filtra por la ventana rebotan de su lomo arco iris y la madeja de intestinos azules translucen por su piel fresca y húmeda .  Luego caemos uno en brazos de otro y yo siento el impacto frío y viscoso de su peso sobre mi pecho, que golpea con toda la energía desde su centro.  La salamandra me abraza y entrelaza su cuerpo, yo junto mi rostro al suyo mientras chasqueamos la lengua alto, muy alto en un canto coral de celebración, que ningún público aplaude, pero nosotras sabemos que es perfecto y magnífico. Somos los únicos habitantes de un mundo brusco y continuo donde hacemos cabriolas cada vez más y más perfectas. Luego retornamos a nuestras posiciones y volvemos a empezar. Entonces yo le digo con la mirada, la mejor manera de entenderse, que soy inmensamente feliz, que ojalá jamás. jamás despierte.