16 dic 2014

Mi inspiración


Me enamore de una princesa abstracta
Heredera de la luz y las formas 
Pasajera musa que por las noches me rapta
Me enamore de sus curvas 
Curvas zigzagueantes me sacan de la realidad 
Dejo la vida mundana y material 
Flotando en su pecho busco la verdad
¿Casualidad o instinto animal? 
Sed de mi propia sangre 
Me encerró en un cuarto y me hizo tragar la llave 
No puedo callar un silencio tan grande 
Baila a un ritmo suave, aquel clavel 
¡Perdón!
Pido perdón a los suicidas, profetas para mentes lucidas. 
Repta en línea recta en el curvo camino hacia tu destino 
Silencio clamó, luego pidió la voz 
Se la negó un habitante mezquino 
Metamórfica reina que con sus manos ceniza alza una hoz 
Y al volverse sombra merma en mi subconsciente 
Me derrumbo con la resaca de tenerla en mente.


14 dic 2014

Juan Gris

¿Cuántas son realmente las probabilidades de cruzarnos con alguien conocido andando por la calle? Esto es obviamente relativo a muchos factores tales como la cantidad de personas que conozcas; será, también, directamente proporcional a los caprichosos azares del destino, si es que existe uno, que encajaron a la perfección como las piezas de un reloj suizo para que tamaña coincidencia se lleve a cabo.
El destino, si acaso todos tenemos uno propio y no solo compartimos el fatídico desenlace, funciona de una manera que me parece un tanto curiosa y por demás incomprensible. Si de alguna forma todo confabula para que pases por la misma calle, a la misma hora, al mismo minuto y exacto momento, el hecho que despegues la mirada de tu celular por un instante y escudriñes un poco en los rasgos faciales de alguien que en efecto es un viejo amigo, el facto de que esto pueda ocurrirte es simplemente asombroso e increíble.
Que si se te ocurría andar por la acera de enfrente o si te tomabas un tiempo más en alguna de tus acciones previas del día no hubieras llegado al inesperado encuentro con tu suerte.
Basándome en estas aseveraciones, me pregunto cuántas eran las probabilidades de cruzarme con Juan Gris el día que todo ocurrió, el día que quedo claro que no volvería a jugar básquet
Nació cerca del valle, a los pies de un río, lejos de la calle. Se dice que uno de cada 29 americanos nace con la enfermedad que mato a Juan Gris. Siempre fue flaco, su futuro: opaco, como su apellido paterno. Nunca le gusto usar traje, nada de camisas, corbatas, o un buen terno. Era un ganador, siempre y cuando cuente con su inhalador. Anhelos de ser deportista, de ser una estrella.
18 años, la gran promesa del equipo. Un minuto más y lograran obtener esa copa, la cual el colegio no gana desde el ochenta y pico. Un serie de movimientos fluidos, una serie de dribles y jugadas espectaculares. Juan hace malabares, Juan encesta. Es increíble lo rápido que ocurren las cosas. Por la noche habrá una fiesta. Lo llevan en hombros. Todo se reduce a escombros cuando empieza la maldita tos. Casi sin voz pide su inhalador, no lo encuentran. Todo va de mal en peor. Cuadro clínico, Diagnostico: Asma.
Juan no va a dejar de hacer lo que más le gusta, entrena en una loza. Un viejo amigo lo asusta, apareció por atrás, no lo vio venir. Se sientan, conversan, la arma, la prende, se la ofrece.
“Esto puede curar tus problemas respiratorios”. Juan sede. Juan inhala, aguanta el humo y estalla, se siente lleno de vida y no tiene saliva. Cannabis Sativa.
Que fácil se vuelve todo, lo puede oír mejor, se ve más bonito. Una sonrisa rígida toma su rostro y muestra sus chirriantes dientes, todo es bello otra vez. Entre cierra los ojos para ver más claro, ojos brillantes, enrojecidos. La paz. Los vecinos son testigos del escrutinio matutino, que antes de acudir al entrenamiento intenso a novicias horas del día, se entrega casi religiosamente la nueva promesa del deporte.
Juan Gris encontró en la marihuana la cura a su problema, nunca más presento un cuadro como los de su infancia.
24 años, sacó campeones a los Toronto Raptors durante 3 años seguidos. Hay un interés en que se mude a Chicago o a la gran ciudad. El solo quiere andar de vago en sus vacaciones, tener más vacilones, fumar otro canuto pues ya empieza a sentir eso malo que habita en sus pulmones.
Ayudaba a su madre, pues ahora eran gente de dinero. Sus hijos en una buena escuela. Su esposa, realmente la gran cosa. Devotos a un carpintero nazareno. Eran una familia ejemplar, excepto por su afán de sembrar y cultivar. Tenía tres plantas en su jardín trasero. Regadas, cuidadas como un hijo más. Nunca tuvo que volver a usar un inhalador.
Respirar, algo tan fundamental pero que pasa desapercibido. Desapercibidos creyeron que podían pasar por siempre, craso error.
La policía tiene la maldita manía de hundirte, de sacar lo peor de ti en las más aberrantes situaciones. Tal vez debió mudarse a colorado, Washington o California.
Preso, tenso. No es la forma en la que pensaba conocerlo, pero así pasó. Mi compañero de celda: el gran Juan Gris.
Su piel fue tomando otro matiz, ojeras. Toz, mucha materia espesa. Flema.
El panorama no pintaba bien, lo tenían con una pistola en la cien prácticamente. La bala: Su familia. Sin dinero los chicos ya no podían estar en tan afamado colegio, su mujer no podía darse lujos a los cuales estaba acostumbrada y su madre no podía comprar su medicina.
Fue como una explosión, apenas le dieron la noticia estalló en toz. Su madre había muerto, la mujer que por él lo dio todo. No hay remedio.
Esputó y tosió durante horas, no podía parar, no podía detener el afluente asesino de mucosidad en sus pulmones. Juan siempre fue y será la única persona que me arrepiento de asesinar, a pesar de que el mismo me lo haya rogado. Ya nada tiene sentido, ¿condena perpetua? Si yo solo atendí su último pedido.