2 abr 2016

De ahí venimos

Lo primero que hizo fue observarme largo rato observarlo, entre dubitativo e intrigado; después, como quien carga un ‘creo que es momento de mostrarte de donde salen’, se tamborileó el mentón más de lo que normalmente se lo tamborilea. Mi padre finalizó el aparente preámbulo a una respuesta tomando mi mano y encaminándome fuera de casa. 
Caminé de la mano de mi padre menos tiempo del que esperaba caminar y hubo más silencio del que estaba dispuesto a soportar. Al principio no entendía que pasaba, la verdad es que después seguí sin entenderlo del todo y para ser sinceros hoy en día se me hace bastante complicado darle explicación; yo solo quería saber de dónde salen los niños y la respuesta del hombre que ayudó a crearme fue la pérdida del habla y una caminata de mierda. ¿Cómo esperaba que reaccione un niño de siete si lo ponen en una situación así? Estaba a nada de que mi cráneo explote de la emoción contenida en mi cuerpecito y mi padre continuó caminando en silencio.
La andanza por el único camino del pueblo que lo une con el resto de lo que sea que haya más allá terminó cuando tuvimos una pequeña valla de madera a la mano izquierda, esta resguardaba un estrecho sendero que se extendía por un par de minutos a pie y luego se hacía uno con una extensión de tierra de aparente forma geométrica que llegaba hasta donde me daba la vista. Por alguna extraña razón nos escondimos tras unos arbustos silenciosos y empezamos a esperar.
-Padre ¿Por qué…
- ¡Sh!
Y continuamos esperando.

Le daba pequeños narizazos a la nada hasta que mi padre me pegó con el codo, centré mi atención en la nada frente a mí unos segundos hasta que a unos metros de nosotros vi un poco de tierra moverse. Me acomodé para ver mejor y vi como de la tierra, de ahí, de en medio de la nada empezó a salir algo, de a pocos. Al inicio me pareció ver raíces, como una especie de semilla de germinación instantánea, pero después me di cuenta que eran dedos, diez dedos para ser exactos, dedos de manos muy pequeñas. Estas manitas se aferraron a la tierra para salir del hoyo y lentamente empezó brotar. Acuosa se vio salir primero la cabeza seguida por un cuello que no me explico como la soportaba. Los hombros y el torso de un recién nacido aparecieron escurriendo baba, y por último, sus regordetas piernas para dejarse caer luego, exhausto, sobre el suelo, como si solo hubiera tenido energía para ser espetado por la madre tierra.
Lo recuerdo tan intenso, tan ahora. Ahí estaba la criatura, indefenso, chiquito, parido y empapado, babosísimo, sucio, como un perro mojado. Y en contacto con la tierra se le empezaba a ver hasta fangoso. Como último detalle un delgado cordón lo unía por el ombligo al hoyo de donde salió.
Si antes no entendía que pasaba, ahora mucho menos y las ideas en mi mente no se ordenaban ni como para balbucear. Solo pasó un instante y se acercó al niño un sujeto seguido por una mujer y un hombre. El primero en llegar se agachó hierático y tomó al cholito de las patas, le cortó el cordón con una daga celestial y le dio un palmazo en el poto. El wawita chilló en un brote de vida y así, siendo la imagen de la vida misma, lo entregó a la pareja; ellos asintieron, lo envolvieron con su amor y, calientito, se lo llevaron.
-De ahí salen –sentenció mi padre.

El silencio que nos acompañó en todo momento no nos abandonó de regreso a casa. Aquel día me acosté temprano. No supe que decir. Me imaginaba otra cosa, supongo. Quién diría que venimos de la Pacha. No pedí más explicaciones; si bien no entiendo cómo funciona, así son las cosas. No sé por qué nadie habla de esto, pero es reconfortante saber que todos venimos del mismo lugar, y con los años que ahora tengo encima solo espero que me toque el momento de ir por mi niña.





23 feb 2016

Una página


El humo impacta contra mi rostro, es el viento que lo arrea firme contra mis pómulos y luego lo hace danzar de diversas formas.
Cual marea que la luna acarrea, transcurre lánguido, no sé si eres tú o es el ácido lo que me alucinar, dilucidar distintas formas.

Tú me miras y me calmas, yo admiro tu fuerza, tu osadía, luego apareces multicolor y sepia al mismo tiempo, te tomo a fuego lento mientras observo tu alma, bebo de tu cáliz y aún sed siento.

Presiento que serás como un espejo, de mi ser el reflejo impoluto, que me hace sentir bruto o estratosférico, como un deseo onírico, o como un perico que vuelva libre y transmuta en quimera, maldita la primavera y malditas las flores que te dan nombre, bendito tu cuerpo y la forma en que me hace sentir hombre. 

Le das forma al cobre, así transito el camino endeble hasta llegar a tu pesebre siguiendo una estrella.
Allí donde habita la doncella, la más bella manifestación de tu nebulosa en la tierra.
Una página de un libro olvidado en un estante, amarillenta y errante entre miles como ella.