19 ene 2015

Al filo de las lineas.


Las llaves tintinean fuertemente, Rubén intenta atinar con la cerradura torpemente.  El lío en el que se meterá con su esposa por llegar ebrio a esa hora, pero, fue un día difícil en el trabajo, todos los días son difíciles en el trabajo, con tantas manifestaciones y niños pintaditos de revolucionarios, la economía está mal, el país es una mierda, sólo un par de tragos y llegar a dormir a su casa. Lleva cargada la pistola con tres balas, que el autor de la historia ha colocado ahí para crear tensión. El lector, espera impaciente al filo de las líneas, que los protagonistas- el policía Rubén y su esposa Melinda- vayan a usarla en una riña conyugal.  Como el lector de este cuento ha estudiado algo de precepción, sabe que si en una narración un elemento se menciona con tremendo énfasis, más adelante será empleado como recurso dramático, así que el lector, aguarda, aguanta el momento en que el arma sea usada. Ya el morbo lo sorprende e imagina el sonido ensordecedor, el olor de pólvora esparciéndose por toda la escena, un salpicón de sangre contra la pared y luego el silencio.  Ya que nos encontramos con un lector disciplinado, hasta no llegar a ese punto, no cambiará su vista hacia otro cuento, así que sigue en zozobra, pensando en la pistola cargada con tres balas que yace en la funda derecha del policía ebrio. 
Nuestros protagonistas discuten acaloradamente, sus manos se agitan y giran alrededor de toda la sala. Rubén no es el único ebrio, Melinda, en la espera, tomó un par de copas de vino y antiguos rencores vaporizan sus sesos.  Él le reclama algo de comprensión, a final de cuentas es él el que lleva todos los gastos, ella pide consideración, lleva la casa y el pequeño negocio de muebles, él menciona que el negocio no avanza por su mala organización y que la casa cada vez está más desatendida, Ella saca sus sueños frustrados, su desinterés por ella, que seguro anda detrás de la fulana -esa- de secretaría, le dice loca alterada, ataque contra ataque.
Las polillas bailan alrededor de la pálida luz de los fluorescentes inalteradas de las agresiones y reproches de nuestros actuantes,  las voces cruzadas  de amenazas punzantes. Todo esto mantiene al lector con la mirada fija a la pistola del policía, ahora esta descansa en la mesa. Espera con paciencia que la mano de Melinda hale el gatillo. Será pronto, medita,  se relata como la botella de vino sale volando por los aires.
Pero, la pareja está dispuesta a reconciliarse, se han tranquilizado, las voces han bajado de tono y se comienzan a acercar uno al otro para poder abrazarse y repetirse una vez más que nunca más volverá a pasar. El lector no lo tolera, entra a puntillas a la narración.  Toma la pistola mientras ellos yacen abrazados, besándose, repitiendo una escena tan vieja como cliché. Toma la pistola cuidando de no dejar huellas dactilares en algún otro sitio, dos disparos certeros.
Dispara primero contra él, por idiota, por ser un hombre mediocre con su realidad y que no busca, ni podrá salir de esa mediocridad, y porque le recuerda también al policía burlón y coimero del que tiene imagen. Luego viene el disparo contra la mujer, por aguantarse a un hombre tan desagradable y alcohólico, sostiene que es parte culpa de ella aguantar a un ser tan repulsivo.  Lejanamente se escucha una sirena, los patrulleros y paramédicos se acercan, los envía el escritor para salvar a sus personajes que moquean en el suelo. Con el arma en las manos, intenta pensar fríamente que hacer. La puerta se abre de par en par y entra la policía.  El lector se queda observándolo.

Sonríe. Como el lector tiene pleno conocimiento sobre Teoría literaria, considera y sabe perfectamente que un buen recurso de salida para un autor es una historia de final abierto. 

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