Las llaves
tintinean fuertemente, Rubén intenta atinar con la cerradura torpemente. El lío en el que se meterá con su esposa por
llegar ebrio a esa hora, pero, fue un día difícil en el trabajo, todos los días
son difíciles en el trabajo, con tantas manifestaciones y niños pintaditos de
revolucionarios, la economía está mal, el país es una mierda, sólo un par de
tragos y llegar a dormir a su casa. Lleva cargada la pistola con tres balas,
que el autor de la historia ha colocado ahí para crear tensión. El lector,
espera impaciente al filo de las líneas, que los protagonistas- el policía
Rubén y su esposa Melinda- vayan a usarla en una riña conyugal. Como el lector de este cuento ha estudiado
algo de precepción, sabe que si en una narración un elemento se menciona con
tremendo énfasis, más adelante será empleado como recurso dramático, así que el
lector, aguarda, aguanta el momento en que el arma sea usada. Ya el morbo lo
sorprende e imagina el sonido ensordecedor, el olor de pólvora esparciéndose
por toda la escena, un salpicón de sangre contra la pared y luego el
silencio. Ya que nos encontramos con un
lector disciplinado, hasta no llegar a ese punto, no cambiará su vista hacia
otro cuento, así que sigue en zozobra, pensando en la pistola cargada con tres
balas que yace en la funda derecha del policía ebrio.
Nuestros
protagonistas discuten acaloradamente, sus manos se agitan y giran alrededor de
toda la sala. Rubén no es el único ebrio, Melinda, en la espera, tomó un par de
copas de vino y antiguos rencores vaporizan sus sesos. Él le reclama algo de comprensión, a final de
cuentas es él el que lleva todos los gastos, ella pide consideración, lleva la
casa y el pequeño negocio de muebles, él menciona que el negocio no avanza por
su mala organización y que la casa cada vez está más desatendida, Ella saca sus
sueños frustrados, su desinterés por ella, que seguro anda detrás de la fulana -esa-
de secretaría, le dice loca alterada, ataque contra ataque.
Las
polillas bailan alrededor de la pálida luz de los fluorescentes inalteradas de
las agresiones y reproches de nuestros actuantes, las voces cruzadas de amenazas punzantes. Todo esto mantiene al
lector con la mirada fija a la pistola del policía, ahora esta descansa en la
mesa. Espera con paciencia que la mano de Melinda hale el gatillo. Será pronto,
medita, se relata como la botella de
vino sale volando por los aires.
Pero, la
pareja está dispuesta a reconciliarse, se han tranquilizado, las voces han
bajado de tono y se comienzan a acercar uno al otro para poder abrazarse y
repetirse una vez más que nunca más volverá a pasar. El lector no lo tolera,
entra a puntillas a la narración. Toma la
pistola mientras ellos yacen abrazados, besándose, repitiendo una escena tan
vieja como cliché. Toma la pistola cuidando de no dejar huellas dactilares en
algún otro sitio, dos disparos certeros.
Dispara
primero contra él, por idiota, por ser un hombre mediocre con su realidad y que
no busca, ni podrá salir de esa mediocridad, y porque le recuerda también al
policía burlón y coimero del que tiene imagen. Luego viene el disparo contra la
mujer, por aguantarse a un hombre tan desagradable y alcohólico, sostiene que
es parte culpa de ella aguantar a un ser tan repulsivo. Lejanamente se escucha una sirena, los
patrulleros y paramédicos se acercan, los envía el escritor para salvar a sus
personajes que moquean en el suelo. Con el arma en las manos, intenta pensar fríamente
que hacer. La puerta se abre de par en par y entra la policía. El lector se queda observándolo.
Sonríe. Como
el lector tiene pleno conocimiento sobre Teoría literaria, considera y sabe
perfectamente que un buen recurso de salida para un autor es una historia de
final abierto.
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