30 ago 2014

Quédate hasta que salga el sol

Michelle sigue recostada mirando hacia los pies de la cama y no se me es necesario tocarla para sentir la suavidad de su presencia.  Nuestros cuerpos aún tibios forman un cuadro sincronizado de contraposiciones desnudas de colores y direcciones, siempre acabábamos así, cada una en su propia esfera dirigiéndose a su destinado punto cardinal, ella era una aguja hacia el sur, yo hacia el norte. No era la primera noche que me quedaba en su casa con excusa de tener que hacer un trabajo grupal en la universidad o en casa de una amiga, a fin de cuentas no le mentía a nadie, me quedaba en casa de una amiga que pesar de ser muy joven y a punta de poco esfuerzo económico (sus padres pagaban todo) comenzaba a vivir sola.
Y era muy divertido estar con ella, fuera de los encuentros ocasionales sexuales que teníamos,  su departamento era el más intrigante departamento en el que haya estado, siempre se escuchaban voces muy de lejos, pequeños pasitos, gotas, música.  Rara vez salíamos de la habitación, era como si afuera tendríamos que regresar a nuestro empaques, al mundo que no tolera este tipo de amistades, en el que nos obligan a sentirnos avergonzadas. La habitación era nuestro propio domo de protección, aquí no había nombres, no había sexos, no existía nada más que el ser y nada más que el ser.  Así que en ella retomábamos el juego de niños y la imaginación explotaba sin límites.
Dado que no salíamos de ella, nos quedábamos en la habitación en silencio, aguardando que pasara la media noche,  pasada esa hora, las intrigas comenzaban. Yo supongo que en el mismo depa que vive, por las noches, sale de sus pequeños recovecos, pequeñísima gente que a pasos cortos corretea por todo el departamento inutilizado y fuman, fuman mucho porque el humo siempre entraba hacia el cuarto, nunca salía.  Después de un rato paraban y recién nos decidíamos por dormir.
Como es torpe pero también tímida, causa estruendo al tropezarse con los muebles y luego hace el favor de lavar los trastos a manera de disculpa. Ya el sol filtraba por todos lados y regresábamos a nuestra normalidad. Sin mucho que explicar yo salí del departamento, baje esa infinita cantidad de escaleras que daban del piso 6 al primero.  En la puerta ya me esperaba Pablo, con su pose de bohemio decadente y gil, me besa fuertemente en forma de saludo y nos dirigimos hacia el auto. Mientras el fuma y me conversa acerca de la política en Venezuela, yo miro como las franjas blancas parecieran que nos persiguen, yo también he llegado a pensar que en el departamento en el que vivo hay personas que usan la cocina- cada tanto se escucha el entrechocar de los platos- y tienen apego por los objetos pequeños, como aretes, borradores, tajadores y tomatodos, que primero toman prestado y luego pierden. Michelle supone que alegremente, son duendecillos buenos como los que terminaron la tarea del zapatero en el famoso cuento infantil ese; yo he llegado a pensar, que en mi departamento no hay duendes sino que mi astuta madre alquila el departamento por las noches mientras no estoy, a un mejor precio.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario