Siempre que escucho reírse a alguien en la calle, pienso que
se ríe de mí. Es una suerte de manía que me persigue desde que tengo uso de
razón. No me considero alguien inseguro o tal vez si lo soy… tal vez ya estoy
algo quemado y no son más que desvaríes de una mente enferma de tanta mierda
que consumo.
Llegó y se sentó justo atrás de mí, al lado de su mejor
amiga. Tenía el cabello rubio y una frente que me pareció desproporcionada para
su rostro, aunque quien soy yo para juzgar su morfología facial al fin y al
cabo, luego procedieron a torturarme. Escucharlas hablar no era más que una
molestia, solo quería prestar atención a mi clase y largarme de ese lugar, estaba
cansado y bastante adormecido. Siguen charlando. Salgo del salón enervado. A
pesar que la clase acabo y que no pude despegarme nunca de su cotilleo aún
recuerdo esa risa. Me atormenta, me tortura, me hace pensar demasiado. Recuerdo
cada uno de mis defectos los cuales conozco a la perfección, me vuelvo loco
pensando. La risa de mierda me sigue a todos lados, estoy colgado pensando
sobre que se reían. Enciendo un cigarro ya en la avenida, camino a casa, es de
noche y hace mucho frio. Últimamente hace más frio de lo normal pero por suerte
no vivo muy lejos de donde estudio y es un viaje agradable gracias al cigarro
feliz que sostengo entre mis dedos. Una pareja camina conversando y justo al
pasar a mi lado empiezan a reír de algo que no logro comprender. La rubia ríe
otra vez y me mira desde un coche en la calle de enfrente. La pareja vuelve a
cruzarse a mi lado, o tal vez es otra pareja, mientras la amiga de la rubia me
abraza. Todos ríen, mientras lloro desesperado. Suelto una bocanada de humo
puro. Apago el cigarro sonriente y guardo el saldo que me quedo para otra
ocasión. Abro los ojos para despertar de mi letargo, aun no amanece en la
cárcel de mi mente, empero empieza otro día de mierda.
Llego a la cocina, es muy temprano para encontrarme con
alguien, o tal vez muy tarde, ya no distingo la realidad de lo subjetivo. Un
jugo de naranja y un cigarrillo; el desayuno perfecto en un invierno como este,
el cual me congela hasta las ideas. Si no puedo hablar de algo pues callo.
Enciendo otro fallo antes de entrar al limbo donde me imprimen conocimientos,
donde todos ríen a mis espaldas, donde la locura es normal y el normal es un
loco.
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